Reportaje Fotográfico a la herrera de caballos Jenny Mc Culloch para Revista Magis, Mexico
Para leer la nota completa online, click aquí
Fotos y Texto: Lucia Baragli
“La princesa y el corcel”
Para el ojo que mira desde fuera, herrar caballos puede ser una tarea dura y en la que el uso de la fuerza es imprescindible, primordial. Podríamos decir también que es un oficio masculinísimo, no apto para mujeres que quieran mantener intacto el esmalte de sus uñas. Jenny Mc Culloch, mujer, madre y herrera de caballos, es la excepción. Ella nos demuestra que no hace falta ser ni tan hombre ni tan fuerte para realizar este trabajo. Nos demuestra que “sólo debemos ser un poco mas sensibles”.
Chispas naranjas revolotean por el aire. Ella las hace bailar. Sus manos están pinceladas, agrietadas por pequeños detalles que el trabajo en el campo le dibuja a diario. Sostiene con esas manos una lima y una herradura que brilla como un diamante recién pulido. Las chispas cesan su juego y ella, con voz suave y paso calmo, se acerca a Tatabra Tamarindo, uno de sus caballos preferidos. Con la misma delicadeza con la que acaricia a su hijo Joaquín, levanta la pata del animal y con la herradura que arde como el sol de verano lo marca en caliente. Luego vendrá el resto.
Ella, la excepción
Jennyfer Mc Culloch, más conocida como Jenny, es una de las pocas —quizá la única— herreras de caballos de Argentina. Para entender por qué una mujer de 30 años realiza este trabajo, tenemos que empezar por el principio.
Tuvo su primer contacto con los caballos cuando aún no superaba el metro de altura. En ese entonces, en lugar de estar enredada entre sus patas como lo hace ahora, Jenny estaba sobre ellos, montándolos. Mientras cursaba veterinaria, estudios que aún continúa, realizó un curso complementario sobre el cuidado del pie equino. Jenny había encontrado su pasión absoluta: cuidar pies y manos de caballos se convirtió en su obsesión y en su estilo de vida. Claro que pisar terreno masculinísimo no fue —ni es— tarea fácil. Ella asegura que en su oficio el mayor trabajo es lidiar con los propios humanos. “Contra un caballo que pesa 600 kilos no hay fuerza que valga, es una cuestión de empatía con el animal. Además, debes tener cierta sensibilidad para darte cuenta de lo que ellos sienten”, rescata Jenny. Sabe también que es única, la única, y entre sonrisas declara: “Digamos que no tengo con quién hablar de zapatos”.
De todas las buenas y malas experiencias de este mundo “herrante”, rescata la ayuda y enseñanza de sus colegas Óscar Yensen y Aroldo Toto Gabarruz. “Si bien nunca trabajé con ellos, aprendí muchas de las cosas que hoy sé. Son personas a las que les gusta compartir conocimientos”, comenta Jenny mientras observa atenta las patas de Pan Duro. Y es que sin pies no hay caballo. “Nosotros nos encargamos de cuidar la salud, de alinear el pie del caballo. El 80 por ciento de los problemas que tienen cuando caminan está en el pie, por eso es muy importante su cuidado”.
Herrando por un sueño
Mientras clava una herradura en la mano derecha de Tatabra Tamarindo, su asistente favorito la mira atento con la boca abierta y los ojos brillantes. Joaquín, su hijo de tres años, lleva el oficio en la sangre. “Yo herré hasta los siete meses de embarazo”, cuenta Jenny. Haciendo fuerza hasta con la cara, Joaquín levanta las pesadas herramientas y copia todos los movimientos de su mamá. “Los caballos son como chicos, tienes que tratarlos con el mismo amor y la misma paciencia”, destaca Jenny. Madre e hijo suelen ir juntos a los haras (establos) y clubes donde Jenny ejerce como herradora profesional. Allí atiende a caballos de salto, dressage, polo y paseo en los clubes hípicos de Buenos Aires: el Club Alemán de Equitación, el Club Hípico Buenos Aires y el Centro Hípico Palermo. Además tiene pacientes poleros en el Tortugas Country Club y en el San Diego Country Club durante la temporada.
También es la encargada de dictar los Cursos de Capacitación de la Policía Montada de San Luis y actualmente se encuentra realizando el curso de Instructores de Equitación de la fea. Y, como si esto fuera poco, es, junto con Diego Medina, miembro fundador de la Compañía Sudamericana de Herradores, que se encarga de dictar cursos de herrado y asesorar a los clientes en el cuidado de sus caballos.
Las manos y los pies de Tatabra Tamarindo han sido herrados, y el día cede paso a la noche. Joaquín entra a la casa corriendo y toma la fusta que espera resignada en el rincón. De un salto monta a Matías, el perro labrador negrísimo con quienviven. Jenny lo sigue de cerca y deja a un costado los rollers que suele usar para transportase al trabajo.
Mira de reojo la pila de platos que aguardará, un día más, en la pileta de la cocina. Mañana, antes de que el sol marque el inicio del día, Jenny estará una vez más a los pies de algún corcel herrado.