El retrato de Leon
Conocí a León hace tan sólo dos años. Durante ese período de tiempo jamás hablamos por teléfono, y nos vimos personalmente cinco, quizás seis veces. Esos encuentros nunca se prolongaron más tiempo del que me lleva desayunar, bañarme, o caminar diez cuadras.
Sin embargo, en la cajita negra que tengo en la mesa de luz, descansa atesorada una foto suya.
En ese retrato, en ese cuerpo, habita el paso del tiempo, ése que lo hizo sabio y pausado. Cuando León habla sus ojos diáfanos se entrecierran buscando palabras blandas y exactas. Luego, un silencio áurico completa el aire en cada descanso de su voz. Al sonreír sus pómulos se transforman en médanos y arenas movedizas que ondulan con graciay ritmo suave.
León sabe que el camino se hizo angosto, es por ello que su andar detuvo su urgencia y ahora lo transita en apacible quietud.
León es el héroe de las fábulas, la figurita imposible, el final feliz. Mientras el reloj de arena agota sus últimos granos, nosotros nos burlamos del tiempo e inmortalizamos la muerte en ese retrato.
Aunque ninguno lo diga, en esa complicidad anónima, luchamos con la certeza de saber cercana esa futura despedida.
Conocí a León hace dos años y nos vimos cinco, quizás seis veces, pero aun así tengo la certeza de que el cariño es nuestro cómplice y se apiadó del tiempo para dejarnos querer.