“Girls on the rocks”
Assignment para Revista Brando
Fotos: Lucia Baragli
Escribe: Tomás Linch
Hockey sobre hielo femenino, un deporte a todo pulmón
Si las Leonas son orgullo nacional, el hockey sobre hielo argentino –ese deporte que parece existir solo en las películas de Hollywood –, también tiene a sus chicas. Bienvenidos al mundo de las mujeres de armaduras y patines negros.
La diferencia es cromática. Blanco y negro. Dos formas de aprehender el universo. En aquella esquina las patinadoras de blanco, gráciles, dotadas de destreza física y una belleza acorde. Sus patines –blancos– no tienen freno, apenas una punta en la parte trasera del filo para elevarse y girar al ritmo de Chopin. En la otra esquina, calzadas sobre unos patines bien negros, ellas: sus cuerpos están tatuados de hematomas; sus rostros, escondidos detrás de las máscaras. Se puede patinar para buscar la belleza. O se puede jugar al hockey sobre hielo.
Son las nueve de la noche, es miércoles y la escuela de hockey sobre hielo para chicas está a punto de empezar. Antes de ingresar en la pista –Alpina, ubicada en el barrio porteño de Flores– ellas requieren de unos minutos para transformarse. El proceso no es sencillo ya que deben ocultarse bajo un sinfín de protectores. Las jugadoras llegan al hielo con el volumen de su cuerpo multiplicado: los pads, el casco y los guantes las protegen allí donde el acolchado de la indumentaria no puede. Todo el cuerpo está cubierto; el contacto es intenso y necesario.
– Y están las caídas – dice Lupe.
Guadalupe Rodríguez Augier –Lupe– tenía 13 años cuando se subió por primera vez a unos rollers, pero le llevó diez años conocer el hielo. “Una noche fui a una pista con amigos. Mientras ellos tomaban cerveza yo no paraba de dar vueltas. Nunca había jugado al hockey pero tenía en mi cabeza esa película, « Campeones », con Emilio Estevez”, cuenta y en el vestuario se genera una discusión sobre cuál de todas es mejor. Parece que la 1 es buena, pero Campeones 2 es emocionante, dicen. Lo cierto es que en la historia personal de cada jugadora sub-30, el film de Disney The Mighty Ducks es la base de su educación sentimental.
Historias del norte
Nueve años después, Lupe es la entrenadora de la escuelita de mujeres, asistente de coach de dos equipos y jugadora en la categoría senior. Además, participa en la Federación: todo lo referente a este deporte depende de la Federación Argentina de Hockey sobre Hielo – FAHH –, la que organiza la Liga Metropolitana donde participan cinco equipos: A.C.E.M.H.H., Winter, Draco, Hazard y Huracán. La Federación incluye a un equipo más, el Club Atlético Ushuaia, con el que –dos veces al año– se arman campeonatos. Dentro de la liga juegan tres categorías: Másteres, Seniors y Rookies. Por reglamento, todos los equipos pueden ser mixtos. En junio de 2012 comenzará la segunda edición de la Ladies Cup, un torneo exclusivamente para mujeres.
“Cuando jugás al hockey nunca usás tu cuerpo directamente –explica Ana Barca, quien torturaba a sus padres para ir cada fin de semana a My Way, una pista del barrio de Palermo–. En los pies tenés los patines; en las manos, los guantes. Al tejo le das con el palo. Hay que aprender a usar esas extensiones del cuerpo. Recuerdo un ejercicio de mi primera clase, al costadito, mientras las chicas jugaban: tenía que pararme en un patín, contar diez segundos y pasarme al otro patín. Un ejercicio de equilibrio: lo hacés cinco minutos y todo tu amor propio se evapora. Pero una vez que estás adentro, no lo soltás nunca más. No hay otro deporte que te dé esa mezcla de adrenalina y vértigo“, afirma.
El hockey sobre hielo no tiene un mito fundacional, pero las teorías son casi obvias. Se especula que tuvo su origen en los países nórdicos: hace falta frío y un invierno prolongado para que el lago estival se transforme en un campo de juego.
Una práctica lo precedió, el bandy, que no es otra cosa que un hockey jugado con una pequeña pelota naranja. Todavía en el norte de Europa y en Rusia discriminan: al bandy lo nombran como “hockey de Rusia”; al deporte con el tejo – puck en inglés– lo llaman “hockey de Canadá”. Parece otra guerra fría pero no es más que una interpretación diferente del mismo deporte.
La historia de las mujeres sobre patines negros tampoco es nueva. Fue lady Isobel Stanley –la hija del gobernador de Canadá para la Corona británica– quien insistió a su padre para que la dejara jugar junto con otras chicas. La práctica debe haber sido sufrida los primeros años: las jugadoras estaban obligadas a patinar vestidas con polleras.
La Guerra Fría
El domingo es caluroso, aunque aquí no interesa: el calor siempre queda afuera. El campo de juego –el hielo– debe mantenerse por lo menos a 10 grados bajo cero, lo que provoca que cualquier jugadora tenga, por lo menos, una camiseta debajo del “jersey” reglamentario.
En nuestro país existe una única cancha con las medidas reglamentarias: es descubierta y está en Ushuaia. La extensión oficial de un campo de juego es de 60 metros de largo por 30 de ancho; con tales dimensiones los seis participantes de cada equipo pueden elaborar todo tipo de jugadas y, sobre todo, tomar mucha velocidad. “Acá trabajamos con los recursos que tenemos –cuenta Diego García Barthe, presidente de la F.A.H.H.–. Nuestra pista mide la mitad que una oficial y jugamos cuatro contra cuatro. Pero te aseguro que es igual de rápido y de violento.”
La cafetería de Alpina comienza a llenarse. Familiares, amigos, jugadores. Todos se conocen: el hockey sobre hielo es un universo pequeño. En el cuadrangular mixto de hoy participan cuatro equipos rookies de A.C.E.M.H.H. Juegan partidos de diez minutos cada uno. “Diez minutos parece poco pero no lo es. En la liga, jugamos cuarenta. Para quienes recién empiezan sería agotador”, explica Ada Contreras, una arquera armada hasta los dientes.
Los partidos se suceden uno detrás de otro sin solución de continuidad: todo es velocidad, caídas, golpes. Apenas uno o dos goles por partido, los arcos son pequeños y el nivel es parejo. La violencia física forma parte del juego –dos jugadores perderán sus palos por roturas– pero no es exagerada.
Los golpes entre los jugadores son innatos a este deporte. Dentro de las reglas de la National Hockey League – NHL –, la liga más competitiva del mundo, formada por equipos de Canadá y Estados Unidos, el contacto está tan permitido que, si los jugadores lo desean, tienen dos minutos para sacarse los guantes y pelearse a puño limpio hasta que el árbitro, la sangre o el peligro de vida decidan lo contrario. “Acá tratamos de jugar sin contacto –explica Lupe– pero es inevitable. Nunca nos vamos a agarrar a piñas, pero golpes, palazos, caídas, tejazos vamos a tener siempre. Cuando terminás un partido te duele todo el cuerpo por igual, te hayan golpeado o no.”
El hockey sobre hielo es el deporte nacional de Canadá y uno de los más populares en los Estados Unidos. El morbo y cierta estrategia de marketing han hecho que la violencia permitida y explícita se roben el protagonismo. Pero basta detenerse un segundo para tomar conciencia de que se trata de algo muy diferente: un juego en que la fuerza y la adrenalina comparten cartel con la estrategia, la inteligencia y la rapidez mental. Y el placer, claro, de deslizarse por el hielo a toda velocidad.