La princesa y su corcel
Para el ojo que lo mira de afuera, herrar caballos puede ser una tarea dura, donde el uso de la fuerza es imprescindible, primordial. Podríamos decir también, que es un oficio masculinísimo, no apto para mujeres que quieran mantener intacto el esmalte de sus uñas.
Jenny Mc Culloch; Mujer, madre y herrera de caballos, es la excepción. Ella nos demuestra que no hace falta ser ni tan hombre, ni tan fuerte para realizar este trabajo. Ella nos demuestra que “sólo debemos ser un poco mas sensibles”.
Chispas naranjas revolotean por el aire. Ella las hace bailar. Sus manos están pinceladas, agrietadas por pequeños detalles que el trabajo en el campo le dibuja a diario. Sostiene con esas manos una lima y una herradura que brilla como un diamante recién pulido. Las chispas cesan su juego y ella, con voz suave y paso calmo, se acerca a Tatabra Tamarindo, uno de sus caballos preferidos. Con la misma delicadeza con la que acaricia a su hijo Joaquín, levanta la pata del animal y con la herradura que arde como el sol de verano, lo marca en caliente. Luego vendrá el resto.
Ella, la excepción
Jenny es la única herrera de caballos de Argentina. Mientras cursaba veterinaria, estudios que aun continúa, realizó un curso complementario sobre el cuidado del pie equino. Jenny había encontrado su pasión absoluta. Cuidar pies y manos de caballos se convirtió en su obsesión y en su estilo de vida. Ella asegura que en su oficio el mayor trabajo es lidiar con los propios humanos; “Contra un caballo que pesa 600 kg no hay fuerza que valga, es una cuestión de empatía con el animal. Además, debés tener una cierta sensibilidad para darte cuenta de lo que ellos sienten”, rescata.
Sin pies no hay caballo. “Nosotros nos encargamos de cuidar la salud, de alinear el pie del caballo. El 80% de los problemas que tienen cuando caminan está en el pie, por eso es muy importante su cuidado”.
Herrando por un sueño
Mientras clava una herradura en la mano derecha de Tatabra Tamarindo, su asistente favorito la mira atento con la boca abierta y los ojos brillantes. Joaquín, su hijo de tres años, lleva el oficio en la sangre; “Yo herré hasta los siete meses de embarazo”, cuenta Jenny.
Madre e hijo suelen ir juntos a los haras y clubes donde Jenny ejerce como herradora profesional. Allí atiende a caballos de salto, dressage, polo y paseo en los clubes hípicos de Buenos Aires. También dicta los Cursos de Capacitación de la Policía Montada de San Luis y es, junto a Diego Medina, miembro fundador de la Compañía Sudamericana de Herradores.
Las manos y pies de Tatabra Tamarindo han sido herrados, y el día cede paso a la noche. Joaquín entra a la casa corriendo y toma la fusca que espera resignada en el rincón. Jenny lo sigue de cerca y deja a un costado los rollers que suele usar para transportase al trabajo. Mira de reojo la pila de platos que aguardará, un día más, en la pileta de la cocina. Mañana, antes que el sol marque el inicio del día, Jenny estará una vez más a los pies de algún corcel herrado.